sábado, 12 de noviembre de 2016

Esto también pasará

Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los
mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo
algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación
total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis
herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de
manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían
haber escrito
grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres
palabras que
le pudieran ayudar en momentos de desesperación total... Pensaron,
buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente
de su padre.
La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba
como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por
el anciano,
de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:
No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el
mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con
todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico.
Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba,
como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje -el anciano lo
escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey-. Pero
no lo leas -le dijo- manténlo escondido en el anillo. Abrelo sólo
cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a
la situación-
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey
perdió el reino.
Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo
perseguían.
Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar
donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un
precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no
podía volver porque el enemigo le cerraba el
camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía
seguir hacia
delante y no había ningún otro camino...
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí
encontró un
pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía "ESTO
TAMBIEN PASARA".
Mientras leía "esto también pasará" sintió que se cernía sobre él
un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse
perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero
lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los
caballos.
El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico
desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló
el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y
reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en
la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se
sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:
Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la
gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en
una situación sin salida.
Escucha -dijo el anciano-: este mensaje no es sólo para
situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras.
No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te
sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también
es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará", y
nuevamente
sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre
que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había
desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se
había iluminado.
Entonces el anciano le dijo:
Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son
permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y
momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la
naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

No hay comentarios: