viernes, 6 de diciembre de 2013

La mejor salsa: el hambre y los donuts de diseño

Vivimos sumidos en una normalidad patológica, en un mundo caótico que se manifiesta ineludiblemente, en una sociedad enferma. Hemos perdido el norte de la realidad, y mediante realidades alternativas creadas a medida definimos los límites de una normalidad que está en constante flujo. Las personas no viven, como en una película de ficción que antecede a la realidad, ocupadas en hacer de su trabajo el intermediario económico para acceder a productos y necesidades creadas de una sociedad que valora cada vez más lo que se tiene y menos lo que se es. En la batalla por encontrar la felicidad, buscando erróneamente fuera y no dentro, el consumismo cobra un protagonismo impensable para generaciones anteriores. El vacío existencial y la carencia de valores se ha apoderado de una sociedad cada vez más ignorante e ingenua que intenta paliar sus devastadores efectos acumulando bienes de consumo. Las nuevas generaciones, ávidas del placer del consumo, incentivado desde la niñez por el entorno, intentan satisfacer deseo tras otro creyendo que en el siguiente encontrarán al fin una satisfacción duradera, rellenar ese vacío que tan sólo los más afortunados aciertan a vislumbrar. Las carencias de valores traspasa sus fronteras para convertirse en una desvalorización de todo lo que uno encuentra en su camino. La pérdida de la individualidad y la necesidad de pertenencia a un grupo quedan reflejadas en conductas uniformadas, que cada uno condiciona en su mente en el afán ilusionario de reclamar una individualidad imaginaria que le ofrecería el carisma con el que autocomplacerse, obviando, en una inconsciencia protectora, que si fuera real, ello le apartaría del grupo. La individualidad significaría la soledad y ello conllevaría hacer una introspección al interior dolorosa que no todos estamos dispuestos a afrontar. Llegar al interior adopta un significado profundo cuando se aprende la diferencia entre lo imprescindible y lo prescindible, porque sólo en ese momento es cuando cada cosa cobra su valor auténtico, un valor que nunca perdió pero que éramos incapaces de ver con toda su grandiosidad. Es entonces cuando las cosas sencillas a las que no le prestamos importancia adquieren el auténtico valor, descartando lo superfluo.
Por todo ello: la mejor salsa, el hambre.

No hay comentarios: